miércoles, 22 de julio de 2015

Cabaret Voltaire (1974)

Al igual que otras ciudades más conocidas como Manchester y Liverpool, Sheffield fue un núcleo industrial y musical importantísimo en el mapa de la Inglaterra de mediados de los 70, al punto de amalgamar ambas cuestiones. Podríamos trazar una azaroso -y no tanto- paralelismo entre ésta ciudad y las estadounidenses Detroit y Akron, cuyos prodcutos no-musicales como Destroy All Monsters o Devo, eran bien recibidos en Gran Bretaña.
Sheffield aparece siempre como la postal de una ciudad fría y gris, pero sobre todo cuando se piensa en el lado este de la cuna del hacer inoxidable, donde históricamente se ubicaban las casas de lxs obrerxs de sus industrias metalúrgicas. Grandes bloques de cemento, postal de la post guerra, construidos en los alrededores de los grandes centros urbanos. "Hiciste nuestras casas a lados de tus fábricas y nos vendes lo que nosotrxs mismxs producimos", cantaría varios años después un gallego radicaodo en Euskadi.
Richard Kirk, un joven habitante de la zona este, decía que “Uno miraba hacia el valle y lo único que veía eran edificios ennegrecidos. A la noche ya en la cama, uno podía escuchar las gigantescas fraguas que crujían a lo lejos.”
La temprana tradición industrial arraigada en esta ciudad generó a su vez la conformación de un proletariado conciente de su situación de explotadxs. Diferentes tendencias marxistas pisaron fuerte durante los 70 en el consejo municipal de Sheffield, al punto que en mas de una ocasión se vio ondear la bandera roja sobre el municipio. Eran días en los que muchos llamaban a la ciudad “la República Popular de Yorkshire del Sur”.
Kirk era miembro de la juventud comunista, pero en un pueblo tan politizado lo raro no era esto, si no meterse a estudiar arte. Y él lo hizo. En especial a partir de su ferviente interés por el dadaísmo. Aunque Sheffield fue de las ciudades menos golpeadas por la crisis del petróleo y el consecuente aumento de los índices de desempleo, la juventud se sintió de todos modos atraída por romper la monotonía de un camino de obediente militancia que ya se les había trazado. Y para ello, la música pop, el arte, la ropa, la ciencia ficción era herramientas para ese quiebre o para evadirse.
Hacia fines de 1973 un amplio grupo de amigos, entre los que estaban Richard Kirk y Chris Watson, se encaminan en un proyecto con diversas fuentes de inspiración. La película “La Naranja Mécanica”, de 1970, además de desarrollarse en geografías que tranquilamente podrían remitir a la gris Sheffield, tenía una banda sonora que acercó a muchxs chicxs por primera vez a un tipo de música electrónica no tan familiar, compuesta por el maestro de los sintetizadores Walter Carlos. Eran años de auge del krautrock pero también del glam, en donde Roxy Music podía ser el nexo más cercano a toda esa experimentación, de la mano de Brian Eno, de quien Kirk y Watson eran fanáticos. Tal era la admiración que cuando Eno dió una charla en el colegio de arte de Bradford, los jóvenes lo acorralaron en el baño de la institución para darle las grabaciones caseras que hacían.
Tras un año, Richard Kirk abandona la escuela de arte, pero su proyecto sonoro colectivo tomaba forma. Y lo denominan como el lugar de reunión de los dadaístas que tanto admiraban. Lo llama Cabaret Voltaire.


Fuente: "Postpunk. Romper todo y empezar de nuevo". Simon Reynolds.

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