jueves, 28 de septiembre de 2017

APC (Lukavac, Bosnia, Yugoslavia, 1977)

Recién hablábamos de la “Cortina de Hierro”, del Bloque de países orientales y del “Pacto de Varsovia”. Entre los países de gobiernos socialistas hubo uno que, pese a estar influenciado por los soviéticos, eligió no firmarlo. Hablamos de Yugoslavia, Estado que hoy ya no existe como tal, tras las guerras que la fragmentaron a comienzos de los años 90.
Desde el final de la Segunda Guerra, hasta 1980, la figura política y militar central fue Josep Broz, más conocido como el Mariscal Tito. Tito rompe con Stalin en 1948, lo que a futuro le traerá aparejada las amenazas de invasiones tanto de occidentales como de orientales. La no participación de Yugoslavia en el Pacto de Varsovia fue un reflejo de la creciente competencia que le implicaba a Stalin la figura de Tito, quien se creía con ansias de formar un Estado paneslavo con Bulgaria y Macedonia.
Entre 1918 y 1941 Yugoslavia fue un reino, y desde 1945 una República Federativa Socialista, con Tito al frente. Como decía el escritor belga Léon Thoorens, Yugoslavia era un “mosaico de seis repúblicas, cinco naciones, cuatro culturas, tres lenguas, dos alfabetos, un estado. Eventualmente podría alargarse la cuenta y citar además siete religiones, ocho raíces culturales, nueve catástrofes nacionales, diez influencias exteriores…
Desde 1961, Yugoslavia formó parte del Movimiento de Países No Alineados, rápidamente explicado, aquellos que intentaban mantener la neutralidad y la autonomía en la Guerra Fría.
Hacia finales de los años 70, algunas características del mundo de la primera parte del siglo empezaron a cambiar. El propio capitalismo, al cual el discurso marxista monolítico de estos regímenes decían combatir, estaba mutando a una nueva etapa, donde el capital financiero y la revolución tecnológica empezaban a tener mayor importancia. No era algo que los países del bloque del este desconocieran, pero les exigía nuevos posicionamientos. De hecho, la propia Yugoslavia, buscando alternativas de sustento a su ruptura con la URSS, mostró cierta liberalización en los años 60, transicionando de a poco a una sociedad de consumo.
Lo que quedó claro en esos años, es que tal "cortina" era mucho más permeable a las influencias occidentales, por ende capitalistas, de lo que se creía. Entre estas influencia se encontraba, incluso, aquellas expresiones críticas al mundo occidental originadas en el propio occidente. El punk era una de ellas.
El punk fue llegando a cuenta gotas, mucho más que en Polonia, cuya frontera alemana le permitía un paso más fluido de material pirata. Acá, en los Balcanes, ya en 1977 empezaron a verse pequeñas reacciones disconformes sobre todo en ciudades como Liubliana, en Eslovenia. Muchos eran jóvenes que ante el creciente desempleo y la apertura de las fronteras, pudieron conocer de primera mano algunas de estas bandas ruidosas. Aquello no era fácil, en un contexto donde toda voz que pareciera disidente al sistema, mucho mas si era extranjera, era inmediatamente reprimida.
En Belgrado también aparecían ejemplos de tempranos punks. Algunas pandillas y algún que otro grupo que empezaba a ensayar. Pensemos que lo que escuchamos hoy es de lo poquísimo registrado durante el 77, lo que no quiere decir que hayan sido los únicos grupos existentes. 
En Niš, la tercera ciudad más grande de Serbia, aparece en 1977 una de las primeras agrupaciones punks de Yugoslavia y, sobre todo, una de las primeras en registrar sus disparos sonoros. Se trataba de un efímero conjunto llamado Alex Punk Company. Durarían apenas unos meses más y en 1978 se reformularían como Fleke.

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