miércoles, 12 de abril de 2017

Street punk: algo está pasando en las calles

Aun cuando la industria del espectáculo, en sus diferentes facetas, ya se había metido de lleno en los resquicios más dóciles del punk, éste era considerado todavía un espacio de libertad expresiva muy amplio. No se trataba solo de conseguir los 7” de bandas nuevas que salían por docena cada semana en aquel verano de 1977. Para muchxs adolescentes, el universo punk era una suerte de dimensión paralela que permitía evadirse de las miserias cotidianas a los que se veían expuestos. Y las fronteras difusas de aquella dimensión se dirimían, a veces, entre la creatividad y la autodestrucción. 
La decadencia económica y social en los suburbios era evidentemente a fines de los 70, y las barriadas obreras se veían expuestas a una explosiva mezcla de degradación de sus condiciones de vida y carroña fascista.
Durante 1977, las protestas sociales crecieron en todo el Reino Unido

Para algunx hijxs de algúnx obrerx calificadx desempleadx, por ahí le era más fácil conseguir drogas que trabajo con lo que sacaba del seguro de desempleo. Los instrumentos, si aspiraba a montar su grupo musical, los podían robar. Y la diversión, que no abundaba, aparecía en estos conciertos, uno de los pocos lugares para confraternizar, conocer gente, tomando algún trago, escuchando distorsiones, escapando por un par de horas. Claro, para algunxs moralistas, que lxs pibxs frecuenten estos espacios, era el caldo de cultivo de la violencia callejera en aumento, del resurgimiento del fascismo con su carga de odio desperdigado en mil direcciones cada vez menos disimulado. Era mucho más fácil apuntar sobre la desesperanza de las nuevas generaciones, que sobre las condiciones sociales y económicas en las que crecían, ya afectadas por las reglas del juego en un mundo capitalista en trasformación desde principios de la década.
Chicos del East End londinense cerca de 1977

Entonces, el camino sencillo era estigmatizar a esta segunda camada de punks (aparecida durante el mismísimo año 77) como violenta, menos creativa, resentida, influenciable, e indefectiblemente reaccionaria. Para ello se las relacionó con espacios que efectivamente merodeaban, porque tal vez sea donde menos juzgadxs se sentían: las canchas de fútbol y las calles.
Estadios, pubs, clubs nocturnos receptivos a la new wave, para terminar confluyendo en las calles. A muchxs este panorama abierto a partir de 1977, trajo reminiscencias del panorama, no menos desencantador de la Inglaterra de fines de los 60, cuando algunxs jóvenes mods decidieron salir de la burbuja lisérgica y buscar su rumbo en la realidad de las calles que pateaban a diario: fútbol, música y bares fueron el refugio de la naciente subcultura skinhead, cuyo apogeo se dio en 1969. En el 77, hubo un resurgir de algunas viejas subculturas británicas (Teddy Boys primero, skinhedas ahora, mods luego), que tuvieron que encontrar su lugar dentro del imperio del punk rock, la nueva gran identidad abrazada por muchxs chicxs. Lo cierto es que estas identidades no salieron de la nada. Basta rastrear las escenasde los primeros años 70 (cosa que hemos hecho) y ver como conciertos de bandas glitter rock como Slade, Sweet, Mott de Hoople, Sensational Alex Harvey Band o Steve Harley & Cockney Rebel, se llenaban de hooligans que a veces pasados de pintas iniciaban alguna revuelta cuando veían una camiseta o bufanda rival. Basta recordar el tema que el propio Elton John inmortalizó en 1973: “Saturday’s Night are all right for fighting”.
Pero en el más heterogéneo ámbito punk, las coincidencias abundaban tanto como las diferencias. Y no siempre fue la prensa la que generalizó la descripción de las nuevas camadas. También quienes formaban parte, de un mod ou otro, de las escenas new wave/punk no veían con buenos ojos la proliferación de estas pandillas de raigambre proletaria en circuitos donde aún se respiraban los experimentos musicales de chicxs formados en Escuelas de Arte. En ese punto se daba acá una falsa dicotomía. Muchos hijxs de obrerxs concurrían a estas instituciones, y la oposición respondía mas a los mandatos de quienes querían cercar el fenómeno, encorsetarlo, para así mejor manejarlo: De un lado los artys, los experimentales. Del otro los laburantes, los punks callejeros. Hasta a los Sex Pistols se los acusó desde el principio de ser “nenes de mamá salidos de una escuela de arte” ¿Hubiesen pensado lo mismo quiens decían esto de haberse cruzado a Steve Jones caminando con su pandilla skin por los monoblocks de Sheperd Bush a principios de los 70?
Pintadas en el East End de Londres. 1977
Es cierto que uno puede encontrar diferentes enfoques en las temáticas abordadas por las bandas. Claramente la mezcla de ironía y oscura emotividad de los Buzzcocks no tenía relación con las historias de criminales, películas clase B y barras de fútbol de los Slaughter & The Dogs. Sin embargo, ambos eran claros exponentes de la personalidad sonora de la Manchester de 1977. Donde había riqueza y diversidad, empresarios, críticos, periodistas, políticxs, empezaron a ver rivalidad. Y lo peor de todo, es que algunxs protagonistas se hicieron cargo de ello.
En ocasiones la crítica tenía su fundamento e, incluso, uno podía coincidir con ella. Hubo una tendencia a la uniformización, a la territorialidad, a la exacerbación del macho y a la agresión gratuita que le abrió la puerta a la búsqueda fascista de nuevos simpatizantes. Pero también había un montón de pibxs absolutamente conscientes de su origen laburante, preocupados por la realidad social, de los crecientes abusos del Estado y dispuestos a activar al respecto, aún cuando se los veían en los gigs, los pubs o las canchas. Crecer en las calles a veces endurece, pero no necesariamente el cerebro. Sin embargo, prevaleció el primer perfil a la hora de señalar las características de estos pibxs que se hacían cada vez más comunes en los recitales. Es verdad, creció la violencia ¿Pero era un plan de estxs desclazadxs, era una condición innata por su procedencia –como algunxs querían hacer notar- o una de las tantas derivaciones sociales de la política económica cada vez más exclusiva y generadora de mierda? También había fachos en las escuelas de arte, es bueno saberlo. Y había tipos como Bob Geldof de Boomtown Rats, que se pararon de manos ante cada single que remitiera a satisfacer los gustos de este público (Con lo que no extrañe que décadas después labe sus culpas burgueses como empresario). Todo entraba en la misma bolsa. Lo cual era peligroso. Para él, sus quejas no remitían a nada que no se sepa. O, tal vez, no se decía con la creatividad suficiente para llamar la atención. ¿Entonces que conviene? ¿Callarse? ¿O hay una crítica velada a las capacidades compositivas de estos punks más populares?


Esto es algo que uno puede ver incluso hoy en día. Puede gustarte más o menos determinada música. Pero cuando lo que inclina la balanza es una cuestión de clase, hay otras cosas en juego. Estos grupos que empezaban a surgir cantaban realmente cuestiones de la vida cotidiana de un sector social de la Inglaterra de la época que buscaba su medio de expresión. Les hablaban como hablaban ellos, en las calles. Si eran del East End, en cockney. Y había algunos dinosuarios, que aún promediadno el 77, se sentían profanados en su posesión sobre la idea. Tal vez a estos pibes, les pasaba lo mismo que a ellos caundo escuchaban a Yes. Solo que todo ocurrió más rápido de lo pensado.
De todos modos, estas nuevas corrientes (como las anteriores, u otras por surgir) del punk, no estarán excentas de cuestionamientos, como parte de un periodo de tensiones, no solo en este fenómeno, sino en la sociedad de la época.

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